“Yo te voy a decir la verdad -ataja Natalia Quirico, mientras dobla una cartulina negra y aprieta fuerte las puntas con los dedos-. Nosotros somos un grupo de amigos que estamos flashando. Venimos aquí a jugar con muñequitos”. Se ríen todos a su alrededor en una casa de Yerba Buena en cuyo living se impone, por gigante y majestuosa, la maqueta de una gran ciudad. No. No es una maqueta de esas del colegio, en las que bastaba forrar con afiches de colores algunas cajas de remedios para simular edificios. Esta es una verdadera ciudad a escala y es, además, una ciudad ‘tucumanizada’: si se pudiese entrar en ella (sin ser un muñeco, claro está), las tentaciones obvias serían servirse algo de las tiendas “L’Achilata” o “El viejo repulgue”, o hacer tiempo en el cine “Regina”.
Ese corredor bordeado de locales tan asimilables con los de nuestra provincia es, sin embargo, una reinterpretación de un paisaje de Marte, el que Ray Bradbury describe en su cuento “Llamada nocturna”. Ahora ha cobrado dimensiones físicas y reales, pero Quirico lo tiene en su mente hace al menos tres años, cuando leyó el texto por primera vez y, dice ella, quedó enamorada. “Siempre me pareció que era un buen cuento para hacer un corto porque tiene un solo personaje”, explica Natalia, que ahora asume la dirección de ese proyecto junto con un grupo de al menos 12 personas.
“La llamada nocturna”, como se titula el corto, tiene varias particularidades. La esencial es que es el primero de animación stop motion que surge de la Escuela de Cine de la UNT; de hecho, es el trabajo final con el que seis de los integrantes del equipo alcanzarán el título intermedio de la carrera. En ese sentido, es una iniciativa inédita. “Generalmente, para esta instancia, la mayoría de los estudiantes eligen hacer un documental o una ficción, que llevan menos tiempo de realización -señala el productor Martín Falci-. Como no había antecedentes, el proceso nos era desconocido. A medida que lo hicimos, fuimos aprendiendo. Por suerte, el equipo tenía la experiencia de haber trabajado en otros proyectos importantes. Y, además, contamos con el asesoramiento de Mauricio Vides, un animador tucumano conocido a nivel internacional, y con la tutoría de Bernardo Vides”. Quirico interrumpe para insertar otra de sus verdades: “la culpa de habernos metidos en este lío la tenemos Carolina y yo”.
Carolina Gramajo fue la primera en apoyar a Natalia en su plan de convertir el texto de Bradbury en corto, en el que ella oficia de directora de Arte. Junto con otros tres asistentes, ideó y fabricó las tres maquetas en las que se realizó el rodaje: la de la ciudad, la de la casa del protagonista y una tercera que los chicos llaman el aeropuerto intergaláctico. “Viene trabajando en esto desde principios de año. Caro es una gran acumuladora de residuos -sonríe Falci-. Gran parte de las maquetas está hecha gracias a su reciclaje. Eso sí: necesitamos locaciones permanentes para todas las maquetas, lugares en los que no pueda ocurrir nada que las moviera. Para las de la casa y la aerobase, que ya están desarmadas, nos prestaron un departamento en el centro. Para la de la ciudad, que es la más grande, copamos el living de ‘la Caro’”.
Es en esos paisajes ficticios donde, luego de varias pruebas de fijación de cámara y puestas de escena, la directora lanzará la orden de hacer las 15 fotos por segundo con las que después se armará la película, de género western. “Creemos que va a durar 13 minutos. El plan es abordar la postproducción en junio y julio, y estrenarla en agosto junto con otro corto o con ‘Tazas’, la película de la Escuela, en algún cine o un Espacio Incaa”, proyecta el productor. ¿Hasta entonces? Y hasta entonces, dice Quirico, se seguirán juntando a jugar. “Aquí cada uno juega a lo que sabe. Nunca tuvimos un rodaje tan relajado”, asegura, al tiempo que da el último sorbo al mate, que vuelve a rodar caliente entre las manos de sus compañeros.